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A finales del siglo XIX y comienzos del XX, la cantidad de avisos de medicamentos de venta libre que había en las distintas publicaciones periodísticas era abrumadora. Desde el mal funcionamiento del corazón hasta la calvicie, para todo había una píldora, una pastilla, un jarabe o una loción. Pero al hacer el repaso de esos remedios antiguos llama la atención la presencia de dos drogas duras que actualmente son absolutamente ilegales: la cocaína y la heroína. Sí. Hubo un tiempo en que ambas sustancias no solo no estaban prohibidas, sino que incluso se promocionaban como beneficiosas para la salud.
“Una cucharada, inmediatamente después de tomar alimento, de nuestro preparado, constituye el remedio por excelencia para combatir: gastralgias, vómitos, dispepsias, convalecencias lentas, enfermedades debilitantes”, decía el aviso de un tónico denominado Pepto-Cocaina Gibson en una de las páginas de la revista Caras y Caretas de comienzos de siglo.
La venta de ese producto era libre y se elaboraba en la farmacia y droguería de Diego Gibson, cuya casa central se encontraba en el 192 de la calle Defensa. Junto con el producto se podía adquirir un vaso de vidrio con el nombre de la droga y de la farmacia en relieve, más la silueta de un animal, posiblemente una llama, que era el logo de esa famosa botica porteña.
El aviso de la Pepto Cocaína estaba ilustrado con la imagen de un señor mayor, vestido formalmente y con cara de estar atravesando un mal momento, quizás por algún malestar estomacal. Ese era tan solo uno de tantos recortes promocionales de ese producto, la cocaína, que hoy solo se comercializa de manera ilegal y que entonces se utilizaba, entre otras cosas, para arreglar los problemas digestivos.
Era posible encontrar también la promoción de la misma sustancia en avisos de productos para aliviar otros malestares, como por ejemplo las Pastillas de Clorato y Cocaína que se vendían como una cura instantánea para las “irritaciones de la boca, garganta y bronquios y especialmente la ronquera”.
A eso se suma otra publicidad de gotas de cocaína para la el alivio de dolor de dientes… de los niños. Como se ve, era una sustancia utilizada para combatir diversas dolencias, de grandes y chicos, que podía adquirirse sin restricciones.
La planta de coca –Erythroxylum coca– proviene un arbusto cuyo origen se produce en la región andina de Sudamérica y su cultivo por parte de los pueblos de esa región se remonta a cientos de años atrás. Los integrantes del imperio inca consumían las hojas de coca, que formaba parte de sus rituales, su estructura social y su cultura. Existen momias de esa civilización que datan de 2000 años atrás que fueron halladas en Nazca, Perú, con hojas de coca entre sus pertenencias.
Los europeos que arribaron a territorio incaico en el siglo XVI notaron que los originarios que mascaban esas hojas pequeñas, elipsoidales y de color verde intenso presentaban un gran potencial y resistencia para los trabajos en altura. A la capacidad de estímulo de la planta, se le sumaba también que era un depresor del apetito. A partir de entonces, en el Viejo Continente hubo hombres de ciencia que se abocaron a aislar el principio activo de esta planta, algo que finalmente logró el químico alemán Alberto Nieman en el año 1859.
De este modo nace la cocaína, el alcaloide que es apenas el uno por ciento de la constitución de la hoja de coca, pero que a la larga se transformaría en un dolor de cabeza para decenas de naciones alrededor del mundo. Pero en aquel entonces, todavía no se habían develado sus efectos adversos, sino sus propiedades, en principio, como sustancia anestésica. Para 1882 comenzó a utilizarse en los Estados Unidos para dolores odontológicos de los niños y para tratar la gota.
Poco después, Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, comenzó a experimentar con la cocaína para descubrir otras de sus cualidades. “Tomo dosis muy pequeñas regularmente contra la depresión y la indigestión, con el más brillante de los éxitos”, le escribió el médico austríaco una vez a su prometida. En 1884 publicó su tratado Uber Coca -Sobre la coca-, donde destacaba que la cocaína, en su experiencia, producía euforia, aumentaba la capacidad de concentración y permitía trabajar más horas sin fatigarse.
Freud estaba convencido de que la cocaína podía utilizarse para tratar la depresión, la ansiedad, el asma y también podría ser una sustancia efectiva para acabar con la dependencia de la morfina. Al mismo tiempo, un colega y amigo suyo, el oftalmólogo Karl Koller, indagó en las virtudes anestésicas de este alcaloide y descubrió que podía ser efectivo para intervenciones oftalmológicas. Hacía rato que este médico buscaba una sustancia que pudiera inmovilizar el ojo para distintas cirugías, como la de cataratas y lo logró con la cocaína.
Luego de experimentar con pequeños animales, el mismo Koller llegó a colocarse una gota de esa droga diluida en el ojo para después hacerse pinchar la córnea con una aguja. El resultado fue que no sintió nada. Así, gracias a lograr insensibilizar su propio ojo, este médico se convirtió en uno de los pioneros de la anestesia local.
A fines del siglo XIX fue la farmacéutica alemana Merck la que se encargó de refinar la cocaína y exportarla, en principio como anestésico, a distintos lugares del mundo, como la Argentina. Precisamente, el término coloquial “merca”, que aún hoy se usa en el país para referirse a esa sustancia, proviene de aquel laboratorio que primereó la producción masiva del alcaloide extraído de la hoja de coca.
Pronto la cocaína se convirtió en un producto popular y comenzó a incluirse en diversos productos farmacéuticos y de uso cotidiano, como cigarrillos, medicina para el dolor de muelas y en productos para realzar la belleza del pelo. Según cuenta Un libro sobre drogas, de la editorial El Gato y la Caja, los mismos laboratorios Merk y otros fabricantes que se sumaron a producir esta sustancia, como Parke Davis, promocionaba así su producto: “No pierda tiempo, sea feliz. Si se siente pesimista, abatido, solicite cocaína”.
El producto se utilizó también para la fabricación de bebidas “milagrosas”, promocionadas como energizantes y vigorizantes. Es el caso del Vino Mariani, desarrollado por el farmacéutico y químico ítalo-francés Angelo Mariani, a partir de 1863, con extractos de hojas de coca.
Otro ejemplo ultraconocido que utilizó cocaína en su elaboración fue el jarabe creado en 1885 por John Pemberton en Atlanta, Estados Unidos. Era una especie de reproducción del Vino Mariani, pero sin alcohol, que se promocionaba como “bebida medicinal, intelectual y para el temperamento”. Este elixir carbonatado tuvo su nombre definitivo en 1886. Se trata de la Coca Cola, una gaseosa que nació como medicamento y que, con el paso de los años, alcanzaría fama mundial. En principio, este brebaje contenía unos 9 miligramos de cocaína por vaso, pero en 1903 este alcaloide fue reemplazado por la cafeína.
El cambio en la famosa bebida oscura tiene que ver con qué, para la década de 1890 y el 1900, ya existían informes médicos acerca de los efectos tóxicos de la cocaína y de su capacidad de producir adicción en los consumidores. El propio Freud se arrepintió de sus tratados sobre la cocaína cuando se comprobaron sus efectos indeseables. También debido a que uno de sus colegas y amigos, el fisiólogo Ernst Fleischl murió, en 1891, luego de intentar superar, con cocaína, su adicción a la morfina.
El ocaso de la venta libre de sustancias como la cocaína y la heroína, entre otras, comenzó a cristalizarse gracias al primer tratado internacional que ordenaba y regulaba el tráfico de opio y otras sustancias. Este documento, conocido como el Convenio Internacional del Opio, fue firmado en La Haya, Países Bajos, en enero de 1912.
Esto derivó en que en el año 1914 Estados Unidos promulgara la Ley de Impuestos sobre narcóticos Harrison, que convertía en ilegal el consumo libre de cocaína. En 1919, un decreto del presidente Hipólito Yrigoyen restringía para la Argentina la importación de opio y otros preparados, como la cocaína, solo a farmacias y droguerías, con previa habilitación del Estado.
Si se vuelve a las publicaciones antiguas de comienzos de siglo pasado, se verá que existe una multiplicidad de promociones de medicinas o métodos que se venden como la gran solución para aliviar cualquier mal. Un recorrido por el archivo de Caras y Caretas, una de las revistas más consumidas de aquellos tiempos, permite dar un panorama de las pociones o métodos curativos en los que la gente creía entonces.
“Un hombre sin pelo se parece a una casa sin techo”, decía una publicidad del tónico Pilacetol, el “remedio soberano para los calvos, que prometía terminar con las canas, la caspa y la calvicie; Cordicura, en tanto, era el remedio que se destinaba a los “enfermos del corazón”; a los niños se les recomendaba el uso de la Emulsión Molinero para evitar “la debilidad de las criaturas, la escrófula, el raquitismo y la falta de apetito”; el Jarabe de Higos de California para eliminar “las impurezas de la sangre; y hasta se promocionaba un Desarrollador Balzac para robustecer los senos de la mujer “en forma sorprenderte y en pocos días”.
Y en medio de este maremágnum de avisos también era posible hallar, a página completa, el anuncio del Jarabe de Heroína, promocionado por el laboratorio Bayer. Básicamente, este producto se vendía para combatir la tos, tanto en los adultos como también en los pequeños. Uno de los anuncios presentaba el jarabe como un remedio para “la irritación producida por la tos” y la “bronquitis” y en la imagen había dos niños que miraban el frasco de vidrio del medicamento de Bayer que se encontraba colocado sobre una mesa.
“Mi catarro ha desaparecido”, decía un niño más, con la botella en la mano, en otro de los avisos del Jarabe Bayer de Heroína, que no escatimaba en gastos a la hora de publicitar su producto. Pero claro que todo esto se terminó ni bien se supo de los efectos adversos que presentaba esta droga y su alto poder de dependencia.
El nombre técnico de la heroína es diacetilmorfina, que deriva de la flor de la amapola y que fue sintetizada en 1874 por el químico inglés Alder Wright en el Hospital St. Mary’s de Londres. El origen de esta droga se realizó buscando una sustancia que pueda ser analgésica sin producir adicción, como era el caso de la morfina. Poco después se descubrió que la heroína tenía capacidad para disminuir la presión arterial y que calmaba la tos y facilitaba el sueño en pacientes que padecían tuberculosis. Pero así y todo, el nuevo opioide no despertaba interés clínico.
Fue años más tarde cuando Heinriche Dreser, un investigador de la farmacéutica Friedrich Bayer y Co. puso sus ojos en la diacetilmorfina como una sustancia efectiva para aliviar el dolor y tratar problemas respiratorios que sería más segura que la morfina. Pronto comenzaron a realizarse los ensayos clínicos, primero con animales y luego con personas. En 1898 aparecería el Jarabe Bayer de Heroína. Casualmente, ese mismo año, muy poco tiempo antes, el mismo laboratorio había sacado al mercado el producto que todavía hoy perdura como analgésico: la aspirina.
El nombre heroína para el flamante fármaco fue provisto por el propio Dresser, que al hablar de las propiedades de la sustancia, la llamó “droga heroica”. El jarabe fue un verdadero éxito comercial que le reportó grandes ganancias al laboratorio, que llevó su producción para aliviar a las personas con tos o bronquitis a diversos países del mundo. Los avisos que vemos en español del Jarabe de Heroína corresponden con una fuerte campaña que lanzó Bayer especialmente en medios españoles durante el invierno de 1912. Además del jarabe, el producto también se ofrecía en polvo, tabletas, pastillas y hasta supositorios.
Pero muy poco tiempo después, en el año 1913, se constató que la heroína era un producto altamente nocivo y también adictivo, incluso más que la morfina. Distintas investigaciones sobre el fármaco habían llegado a la conclusión de que no se trataba de un medicamento inocuo. Así también se comprobó que los usos de esta “droga heroica” en la lucha contra la adicción a la morfina no lograba resultados eficaces.
Además, según cuenta la BBC, para el año 1910 la droga comenzó a hacerse popular en el bajo mundo de los Estados Unidos y eso también apuró a que se prohibiera su uso. Para 1912 los jóvenes utilizaban la heroína como droga recreativa ya que era más fácil de conseguir y más barata que el opio en el mercado negro.
Bayer retiró entonces la heroína de todos sus productos y la droga que había sido presentada como un buen remedio para varias cosas se terminó convirtiendo en una desgracia que produce infinidad de secuelas por su consumo problemático en diversos países del mundo. Según un informe del Instituto Nacional de Abusos de Drogas de los Estados Unidos, en aquel país, en el año 2021, unas 9100 personas murieron por sobredosis vinculadas a la heroína. Un millón de personas, en tanto, sufrieron algún tipo de trastorno ese mismo año por el consumo de esa sustancia.
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