La Mona Lisa, obra maestra de Leonardo Da Vinci, intriga a la humanidad desde su creación entre 1503 y 1506. Fue pintada al óleo, ha sido descrita como “la obra de arte más conocida, la más visitada, la más escrita, la más cantada, la más parodiada del mundo” y un ejemplo de ello son los miles de turistas que llegan de todo el mundo al Museo del Louvre solo para verla.
Más de 20.000 personas visitan cada día a esa mujer de mejillas grandes y oscuro pasado, también conocida como La Gioconda, en el museo parisino. Algunas personas piensan que ella está feliz y otras triste, pero nadie resuelve el acertijo. (Un programa informático de reconocimiento de emociones determinó en 2010 que su no sonrisa es solo un 83% feliz, un 9% de disgusto, un 6% de miedo y un 2% de enojo).
La historia de la Mona Lisa fue muy agitada: nació a mediados del siglo XVI, fue colgada en el baño de un rey francés, adornó la habitación de Napoleón, protagonizó el robo más importante de la historia del arte y fue perseguida por los nazis.
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La obra también fue vandalizada con láser, pintura, sopa y té, fue exhibida para las multitudes y luego relegada a su propia galería en un sótano. Más recientemente, miles de personas instaron al multimillonario Jeff Bezos a comprarla y luego comérsela.
El presidente francés, Emmanuel Macron, anunció esta semana que el famoso cuadro de Leonardo Da Vinci “La Gioconda” será exhibido en una nueva sala especial en el Louvre, en el marco de una serie de cambios para un “Nuevo Renacimiento” del museo más visitado del mundo.
El Louvre se enfrenta a un alarmante estado de deterioro y a miles de turistas cada día. Uno de los grandes cambios anunciados es precisamente la creación de un nuevo “espacio particular” para La Gioconda, que será “accesible de manera autónoma”, independientemente del resto del museo.
Contemplar la gran obra de Leonardo es casi imposible para sus visitantes, que esperan ruidosamente su turno en una fila serpenteante y, al llegar ante el cuadro, que está ubicado a casi 4,5 metros de distancia, tienen aproximadamente un minuto antes de que los guardias les pidan que se retiren.
Ya en la década de 1930, los políticos franceses propusieron que tuviera su propia galería porque todos querían verla. “La gente no venía a ver la pintura, sino a decir que la habían visto”, resumió el escritor y crítico de arte Robert Hughes.
En años recientes, los trabajadores del Louvre se quejaron del “circo” que se crea en torno a la dama de la misteriosa sonrisa y una vez se declararon en huelga, diciendo que los 10,2 millones de visitantes anuales convertían el museo en una “Disneylandia cultural” que los agotaba.
No siempre fue así. Hasta el siglo XX, había poca emoción en torno a la Mona Lisa, que era solo una pintura más del Louvre. Pero su robo en 1911 y un viaje al Museo Metropolitano de Arte en Nueva York y a la Galería Nacional en Washington en 1962-63 la convirtieron en una sensación mediática global.
Leonardo Da Vinci utilizó arte, ciencia, óptica e ilusión para crear la sonrisa de la Mona Lisa
Poco se sabe sobre quién inspiró la obra maestra de Leonardo Da Vinci.
Lo más seguro es que se inspirara en Lisa Gherardini, la esposa de un rico comerciante de seda de Florencia, Francesco del Giocondo. Y esto es respaldado por científicos de la Universidad de Heidelberg que descubrieron en 2008, unas notas del artista garabateadas en los márgenes de un libro.
Sigmund Freud, que buscaba pistas sobre la supuesta homosexualidad de Leonardo, creía sin embargo que la Mona Lisa es una interpretación de la madre del artista, Catherina.
De hecho, Leonardo fue acusado de sodomía cuando era joven y nunca se casó, sino que se mantuvo cerca de sus alumnos varones.
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Por esta razón, otros investigadores sostienen que Da Vinci se inspiró en su aprendiz, Salai, con quien habría tenido una relación “ambigua” y probablemente fueran amantes y que el joven y afeminado artista, cuyo verdadero nombre era Gian Giacomo Caprotti, sirvió como musa para otras obras maestras de Leonardo como “San Juan Bautista” y el “Ángel encarnado“.
Leonardo Da Vinci comenzó a pintar la Mona Lisa en su taller de Florencia alrededor de 1503, la terminó en 1506, y se la llevó consigo cuando se fue a Francia 13 años después, manteniéndola con él casi hasta su muerte.
Giorgio Vasari, el gran historiador del arte renacentista, casi contemporáneo, contó cómo Leonardo mantenía sonriente a Lisa del Giocondo durante sus sesiones de retratos: “Mientras pintaba su retrato, contrató a personas para que tocaran y cantaran para ella, y a bufones para mantenerla alegre, para poner fin a la melancolía que los pintores a menudo logran dar a sus retratos“.
Leonardo utilizó arte, ciencia, óptica e ilusión para crear su obra. Y nunca le entregó la obra al marido de Lisa, que la había encargado, sino que decidió seguir rehaciéndola durante más de quince años, perfeccionando la sonrisa de Lisa, añadiéndole nuevas sutilezas y misterios.
El resultado, dijo Vasari, fue “una sonrisa tan agradable que era más divina que humana”. “Los ojos brillaban y estaban húmedos como siempre en la vida real”, continuó. “Alrededor de ellos había motas rojizas y pelos que sólo se podían representar con una inmensa sutileza. Las cejas no podrían ser más naturales: el pelo crece espeso en un lugar y ligero en otro siguiendo los poros de la piel”.
El paisaje del fondo sugiere las colinas que rodean Vinci, la ciudad toscana donde nació en 1452, hijo ilegítimo de un abogado y una muchacha del campo llamada Caterina.
El genio renacentista exhibía el cuadro con orgullo ante los visitantes de su castillo en el Valle del Loira, regalo del rey francés, hasta su muerte a los 67 años en 1519. Desde entonces, la pintura pasó por varias manos hasta que el asistente de Leonardo, Salai, lo vendió al rey Francisco I de Francia por 4.000 escudos de oro.
Hoy nadie puede ponerle un precio a La Gioconda, pero puede servir como referencia que otra obra atribuida a Leonardo, el “Salvator Mundi”, se vendió en 2017 por un récord de 450,3 millones de dólares, supuestamente al príncipe heredero saudí.
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Francisco I, famoso por su galantería y poner “amar a todas las mujeres del reino”, ubicó a la Mona Lisa en una habitación del Palacio de Fontainebleau utilizada como sala de baño, donde el propio rey mantenía reuniones de Estado o audiencias oficiales sentado en un retrete de terciopelo en el que hacía sus necesidades biológicas.
Luis XIV trasladó el cuadro a su nuevo Palacio de Versalles, donde permaneció casi olvidado entre la vasta colección real hasta la Revolución Francesa en 1789, cuando fue trasladado al Louvre, uno de los antiguos palacios de la realeza derrocada en París.
Allí permaneció desde entonces, con algunas ausencias notables. Napoleón lo conservó durante cuatro años en su dormitorio del Palacio de las Tullerías y, durante la guerra franco-prusiana de 1870-1871, fue trasladado para su custodia al Arsenal de Brest.
Durante la Segunda Guerra Mundial, la obra se vio obligada a ser desplazada secretamente por ciudades y pueblos de toda Francia para que el invasor ejército nazi se apropiara de ella.
Fue gracias a las tácticas de un modesto funcionario llamado Jacques Jaujard que la Mona Lisa y otros objetos preciosos del Louvre fueran llevados por los nazis a la ciudad natal de Adolf Hitler, Linz, donde planeaba crear un enorme museo del Führer repleto de fabulosas obras de arte.
Jaujard elaboró un modus vivendi con los nazis de coexistencia civil que le ayudó a supervisar la evacuación de los tesoros del Louvre y utilizar distintas estratagemas para evitar que fueran sacadas de Francia.
“Gracias a una cuidadosa planificación, en agosto y septiembre de 1939, Jaujard (que era subdirector de los Museos Nacionales) logró supervisar la evacuación de los tesoros del Louvre fuera de París, como si fueran sus propios hijos preciosos”, relató Gerri Chanel en su libro Salvando a la Mona Lisa.
“Envueltos con cariño y metidos en furgonetas en la oscuridad de la noche, fueron llevados a varios castillos en el sur y el oeste de Francia, muchos de ellos viajando por carreteras obstruidas llenas de refugiados aterrorizados que huían del avance nazi”.
La Mona Lisa, envuelta dentro de una caja de madera acolchada, pasó los años de la guerra en una casa de Montauban, a casi 650 kilómetros de París. Ante cualquier indicio de peligro por la humedad, los bombardeos o cualquier alemán sospechoso que buscara a judíos o miembros de la Resistencia, la pintura de Leonardo y las otras obras de arte evacuadas tenían que ser trasladadas a áreas aún más remotas.
A principios de 1944, los nazis intentaron hacerse con las obras de arte más preciosas de Francia, sintiendo que estaban perdiendo la guerra. Pero las maquinaciones de Jaujard y el posterior desembarco aliado les hicieron desistir de los planes.
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De no ser por estas tácticas, la Mona Lisa también pudo haber terminado en un búnker abandonado. En cambio, permaneció intacta hasta el final de la guerra en el castillo de Amboise, curiosamente cerca de la casa donde vivió Leonardo da Vinci sus últimos años de vida. Y, pasado el peligro, volvió al Louvre.
La Mona Lisa ya era la pintura más famosa del mundo y cuando los británicos necesitaron ponerse en contacto con sus aliados en la resistencia francesa durante la guerra, utilizaron una frase clave: “La Joconde garde un sourire” (“La Mona Lisa mantiene su sonrisa”).
Pero los problemas de La Gioconda no terminaron ahí. En 1956, la pobre anciana florentina fue primero atacada con ácido y posteriormente con una piedra, lo que obligó a cubrirla con un cristal antibalas.
En 1974, la vigilancia no pudo detener a una mujer discapacitada que, en protesta contra la política del Louvre respecto de los visitantes discapacitados, arrojó pintura roja al cuadro. El cristal volvió a salvar el cuadro en 2009, cuando una mujer rusa enojada, a la que se le negó la ciudadanía francesa, arrojó una taza de té al cuadro.
¿Quién robó la Mona Lisa?
Pero la mayor travesía del cuadro se produjo el domingo 20 de agosto de 1911, cuando la Mona Lisa estaba colgada en su lugar habitual en el Louvre, en el Salón Carré entre la “Alegoría de Alfonso d’Ávalos” de Tiziano y el “Matrimonio místico” de Correggio, y fue robado por un trabajador italiano que quería devolverlo a Italia.
Vincenzo Peruggia protagonizó así el mayor robo de arte de la historia de la manera más sencilla: se escondió en un armario de escobas durante el día y salió después de la hora de cierre, con la Mona Lisa escondida debajo de su abrigo.
Cuando al día siguiente se conoció la noticia de la desaparición de la Mona Lisa, Francia quedó impactada y miles de personas hicieron fila para ver el cuadrado en blanco en la pared. Algunos dejaron flores y cartas en el museo, como si hubiera muerto una celebridad.
Permaneció desaparecida durante más de dos años y durante gran parte de ese tiempo se temió que la obra maestra desapareciera para siempre. Pronto el dolor se convirtió en enojo y circuló en París un manifiesto que pedía “incendiar el Louvre”. Su director, que estaba de vacaciones, tuvo que volver y fue despedido.
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A algunos les preocupaba que la pintura robada pudiera estar en manos de un sádico sexual. “La Mona Lisa a veces hacía que los hombres hicieran cosas extrañas”, escribió R. A. Scotti en Vanished Smile.
“Un profesor de psicología de la Sorbona advirtió en Le Temps que el ladrón podría ser un psicópata sexual que trataría a la Mona Lisa con una ‘violencia sádica y una tenacidad fetichista’, se complacería en ‘mutilarla, apuñalarla y profanarla’, y luego la devolvería cuando ‘terminara con ella‘”.
La policía francesa cerró las fronteras del país e imprimió 6.500 copias de la imagen para distribuirlas en las calles de París, como para refrescar la memoria de alguien. La Mona Lisa ciertamente no era universalmente conocida ese año y había que viajar al Louvre para verla.
Los nombres de los principales sospechosos en el caso fueron Pablo Picasso y su amigo, el poeta y crítico de arte Guillaume Apollinaire, que fue arrestado como sospechoso. Picasso no tenía nada que ver con el delito, pero inmediatamente intentó deshacerse de unas pequeñas esculturas que resultaron haber sido robadas del mismo museo.
También se dijo que el cuadro estaba en Suiza, en Argentina o en una habitación secreta en la mansión de JP Morgan en Manhattan. Pero nunca salió de París, o no lo hizo hasta 1913.
El ladrón guardó el cuadro en su casa durante dos años. Lo escondió en un armario, luego bajo una estufa en la cocina y, finalmente, en un baúl con doble fondo. Durante un tiempo, incluso la exhibió sobre la repisa de la chimenea.
Peruggia sólo fue descubierto cuando intentó descaradamente venderlo a la Galería de los Uffizi en Florencia por medio de un comerciante florentino llamado Alfred Geri. Para gran sorpresa del comerciante y del director de la galería, se trataba realmente de la obra maestra de Da Vinci.
El hombre decía haber llevado la obra a Florencia para devolverla a su legítimo hogar en Italia y pidió una recompensa de 500.000 liras por su arduo trabajo. Pero fue condenado a 12 meses de cárcel en 1914.
El público italiano adoptó rápidamente a Perugia como un héroe nacional y sus admiradores enviaron cientos de cartas y regalos a su celda. Cuando regresó a Francia, abrió una tienda de pinturas en la Alta Saboya.
La Mona Lisa disfrutó de una gira triunfal por las principales ciudades italianas, se exhibió en la Galería de los Uffizi en Florencia y fue despedida por 60.000 italianos en Milán antes de ser devuelta al Louvre en enero de 1914. Fue entonces cuando se convirtió en la obra más cautivante del mundo.