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Masismo desestimó las adversas proyecciones económicas de organismos internacionales

El Gobierno masista descalificó las proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), las cuales auguran un débil desempeño económico para el país en 2025. Según el Ministerio de Economía, los modelos utilizados por ambos organismos están sistemáticamente errados y no reflejan la realidad económica de Bolivia. La cartera afirmó que estos informes parten de supuestos ajenos al contexto nacional, acusó a los organismos de incurrir en lecturas sesgadas y pesimistas.

El Ejecutivo recordó que en 2023 tanto el FMI como el BM proyectaron un crecimiento menor al 2%. Sin embargo, el Producto Interno Bruto (PIB) cerró ese año con una expansión del 3,1%. Para el Gobierno, esta diferencia demuestra la falta de precisión en los cálculos de las instituciones internacionales.

Desde el oficialismo, también sostiene que hay un sesgo permanente contra la política económica vigente. Esta postura refuerza el discurso oficial sobre una economía fuerte y en recuperación.

El informe más reciente del  Banco Mundial anticipa un crecimiento de apenas 1,2%  para 2025. En contraste, el Gobierno proyecta una tasa del 3,51% en el Presupuesto General del Estado. Mientras el  BM aconseja reformas estructurales, el régimen defiende su decadente modelo y también rechaza los diagnósticos que sugieren un debilitamiento estructural.

Por su parte, el FMI prevé una inflación de 15,1% para este año y estima que en 2026 el crecimiento bajará aún más, hasta 0,9%. Estas cifras alarmaron a expertos locales que alertan sobre un escenario de estanflación, algunos economistas aseguran que la inflación podría superar incluso el 20%. La situación se agrava por la escasez de divisas, el desabastecimiento de combustibles y restricciones a las exportaciones.

¿La situación es más complicada que lo que indican estos organismos?

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El economista Alberto Bonadona calificó de optimistas las previsiones del FMI, porque es probable que Bolivia no alcance ni siquiera el 1,1% de crecimiento previsto. Bonadona advierte sobre un riesgo creciente de contracción económica y también prevé una inflación que podría escalar al 25% si no se aplican medidas urgentes. Su análisis coincide con una visión crítica del rumbo económico actual.

Gonzalo Chávez, otro economista reconocido, señaló que las cifras del FMI suelen acercarse más a las del Gobierno. No obstante, considera que las proyecciones recientes son preocupantes y reflejan una paralización del aparato productivo. También apuntó que el nuevo gobierno heredará una economía profundamente deteriorada y advierte que el margen de maniobra será limitado.

El Ejecutivo, sin embargo, insiste en que los datos reales son positivos y destaca un crecimiento del 2,1% al tercer trimestre de 2024, pese a los bloqueos sociales. Resalta un incremento del 20% en la recaudación tributaria en el primer trimestre de 2025 y suma una expansión del 4% en los créditos y del 7% en los depósitos bancarios. Para el Gobierno, estos indicadores demuestran confianza y estabilidad, reitera que la economía boliviana es resiliente ante la adversidad.

En cuanto a la inflación, el Ministerio de Economía atribuye su aumento a factores externos junto a bloqueos internos, efectos climáticos y especulación de precios. También enumera medidas adoptadas como ferias de precio justo y lucha contra el contrabando. Afirma que los precios en Bolivia son más bajos que en países vecinos e incluso habla de un contrabando inverso como prueba de su éxito.

¿Cómo están las reservas?

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El Gobierno señala que la reservas internacionales se estabilizaron en 2024, suman 2.300 millones de dólares, asegura que no hay impagos en la deuda externa. El endeudamiento representa el 24,4% del PIB, cifra considerada manejable. Para las autoridades, estos números contradicen la visión catastrofista de los organismos y alegan que no hay fundamentos sólidos para hablar de crisis.

Así mismo, el oficialismo denuncia que no se han aprobado más de 1.500 millones de dólares en créditos, esto le complica la importación de combustibles y la ejecución de obras públicas. Aun así, asegura que el país sigue avanzando con responsabilidad y pide al Legislativo destrabar los préstamos para asegurar el desarrollo. Reitera que la estabilidad económica no puede depender de intereses políticos.

El Ministerio también señaló que las revisiones a la baja del FMI no son exclusivas de Bolivia y explicó que muchos países están afectados por la coyuntura global. Entre los factores se mencionan la guerra comercial y la fragmentación geopolítica. También se advierte sobre la persistencia de tasas de interés elevadas, estos elementos influyen negativamente en las proyecciones para toda la región.

Desde organismos internacionales se insiste en la  necesidad de reformas estructurales, se recomienda diversificar la economía y mejorar la productividad. También se plantea fortalecer la respuesta ante choques externos. Sin embargo, el masismo considera que ya está en ese camino y asegura que la industrialización con sustitución de importaciones es la clave del éxito.

¿El régimen puede sostener la situación?

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A pesar de los argumentos del Ejecutivo, las cifras externas siguen siendo sombrías. América Latina y el Caribe crecerán un 2,1% en 2025. Bolivia, con un 1,1% o 1,2% proyectado, quedaría rezagada.

Esta diferencia plantea dudas sobre la efectividad del modelo actual. Mientras el oficialismo celebra logros parciales, los desafíos estructurales persisten. Y la brecha entre el discurso y la realidad parece agrandarse.

Para muchos analistas, la postura del Gobierno no es más que una defensa política. Al minimizar las advertencias externas, busca sostener un relato de éxito. Sin embargo, los efectos de la escasez de dólares y la inflación son palpables.

La población enfrenta precios altos, desabastecimiento y menor poder adquisitivo. El país atraviesa una crisis que ya no se puede ocultar con discursos triunfalistas.

La negativa del Gobierno a reconocer los signos de agotamiento de su modelo económico refleja una peligrosa testarudez. En lugar de abrirse a propuestas que podrían mitigar la crisis, el régimen se aferra a un relato triunfalista que cada vez convence a menos. Esta obstinación no solo posterga las soluciones urgentes que el país necesita, sino que profundiza la desconfianza de los ciudadanos y de los actores internacionales.

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